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Poema video Ingrid

viernes, 16 de enero de 2009

Todos somos un poco bipolares -Bolaño por Carolina Díaz

—¿Por qué, si vives en España, escribes sobre cosas que pasan en Chile?
—Bueno, escribo sobre cosas que pasan, o tal vez sería más indicado decir que pasaron, en Chile, de la misma manera que escribo sobre cosas que pasan o pasaron en México, en España, en mi vida, en la vida de mis amigos. La elección de los escenarios siempre es un misterio. ¿Por qué Kafka elige China? Pues por muchas razones, una de ellas porque era chino. Yo escribo sobre Chile, entre otras razones, porque soy chileno.

—¿Consideras a Chile como un material de vivisección o también tienes afectos involucrados?
—Por supuesto que hay afectos (o rechazos, que en este caso vienen a ser casi lo mismo). Hay una infancia chilena, la adolescencia, el año 73, en fin, cosas pequeñas y misteriosas, casi sin importancia, o sin el casi, probablemente cosas sin ninguna importancia, pero que son también las cosas que van construyendo un destino.

—¿Hay algo que te tenga curco de Blanes, ese pequeño pueblo de la Costa Brava donde vives?
—Me gusta Blanes, me gusta el Mediterráneo, me gusta vivir en un pueblo de aluvión, en donde hay gente de todo el mundo, y también me gusta vivir en un pueblo que ya existía antes de que naciera Cristo.

—Cuando te dediques a escribir novelas o cuentos sobre España ¿estarás viviendo de vuelta en Chile?
—No, probablemente entonces estaré sobreviviendo en algún hospital, o, con suerte, en alguna residencia de ancianos en el Caribe, o en alguna isla griega, sin residencia de ancianos.

—¿Tienes alguna pesadilla recurrente relacionada con Chile?
—Tenía una, antes de que volviera por primera vez, el 98: regresaba en un tren, un tren que recorría el Atlántico, y al llegar a la Estación Mapocho o a la Estación Central me daba cuenta de que no tenía boleto de vuelta. Tampoco tenía dinero. El cielo de Santiago, para colmo de males, era gris y amenazaba con desatarse una tormenta y yo iba vestido con ropa de verano.

—La última vez que volviste a Chile declaraste que te ibas desilusionado y apestado de este país. ¿A qué se debió el malestar?
—No, eso yo no lo dije. Uno nunca puede sentirse así con respecto a un país. Tal vez, si lo dije, cosa que dudo, fue en relación a algunas personas, pero nunca en relación al país. A mí me encanta estar en Chile, me gusta comer empanadas, hablar con mis amigos, salir a pasear por cualquier calle de Santiago. Por supuesto, llega un momento en que te hartas, o en que las náuseas se hacen insoportables, y entonces simplemente te vas, pero sin decir que te sientes desilusionado con el país. A mi edad, desilusionarse con un país, con cualquier país, sería de una ingenuidad imperdonable.

—¿Cuál es el rasgo chileno que menos toleras?
—La ingratitud. El poco valor que se le da a la obra de Dittborn, el organizador del Mundial del 62. Yo me acuerdo no sólo de Dittborn, sino también de Riera y de Misael Escuti, de Honorino Landa, de Toro, de Leonel Sánchez, de Eladio Rojas, de Contreras, de todos esos valientes que intentaron meternos en la modernidad y por poco no lo lograron.

—¿Cómo describirías el estado de madurez en que te encuentras?
—Bueno, yo no creo encontrarme en un estado de madurez. Me temo que sigo siendo, en las cosas importantes, básicamente una persona inmadura. Y eso cuesta; no te creas que se nace inmaduro, hay que trabajar mucho en el empeño. Y es duro.

—A estas alturas de tu vida, ¿eres capaz de pasarlo bien?
—Cada día. Y también de pasarlo mal. Todos somos un poco bipolares.En dosis muy pequeñas, somos bipolares, y estamos cotidianamente abiertos al goce y al sufrimiento.

—¿Eres ex algo?
—No lo sé. Creo que no, aunque decir eso suena presuntuoso. Bueno, soy ex lector de algunos escritores, de algunos poetas. Hay pintores que me gustaron y que ya no me gustan con el fervor de antes. También hay músicos a los que ya no sigo como antes. Soy ex seguidor del Everton de Viña y del América de México DF.

—¿Cuáles son los pánicos más frecuentes que te produce el cuerpo?
—Sobre esto es mejor no hablar. El cuerpo (supongo que hablamos del cuerpo de uno y no del cuerpo de los otros) es un maestro en el arte de dar sorpresas, generalmente malas. Pero, en contrapeso, el cuerpo de los demás nos suele dar buenas sorpresas, sorpresas gratas.

—¿Qué es lo más temerario que has hecho después de los 40 años?
—Criar a mi hijo Lautaro, sin la menor duda.

—¿Te consideras una persona con talento para las relaciones interpersonales?
—Muy poco. Pero eso es lo mejor de la amistad, que exige pocas cosas, aunque todas elementales, necesarias.

—¿Cuáles son los requisitos para ser amigo de Roberto Bolaño?
—Ninguno. Un poco de generosidad, un poco de inteligencia, pero no mucha, sólo un poco. Algo de valor, no mucho, sólo un poco. Creo que tengo suficientes amigos.

—¿Hay amigos que lamentas haber perdido?
—He perdido a muchos amigos y a todos lamento haberlos perdido. La culpa siempre ha sido mía.

—¿De qué tamaño es tu capacidad de querer?
—No sé cuánta capacidad tengo de querer, pero, evidentemente, es muchísimo mayor que mi capacidad de odiar. De hecho, creo que no estoy hecho o preparado para el odio sostenido, que es el verdadero odio.Yo creo que toda persona tiene algo bueno y, por lo tanto, aunque sólo sea por curiosidad intelectual, siempre estoy dispuesto al diálogo. Y, tras el diálogo, más diálogo.

—Con todo lo recorrido, ¿consideras que saber hacerse de enemigos es un arte?
—Más bien es una maldición.

—¿Tienes logros importantes en la materia?
—No lo creo. Hay dos o tres que tienen cierto peso, de esos enemigos que hay que cuidar, porque es un orgullo tenerlos como enemigos, aunque mejor sería tenerlos como amigos o como interlocutores. El resto no son más que enemigos gratuitos, gente que se engancha (en este caso de forma beligerante) a un destino que ni les pertenece ni entienden.

—¿Cuál es tu costumbre más sórdida?
—Ver programas de telebasura a altas horas de la madrugada. Es mi costumbre sórdida actual. En el pasado posiblemente tuve algunas costumbres sórdidas que ya he olvidado y que con toda seguridad eran más inocentes que la actual. Por otra parte, lo sórdido es un misterio y en el momento en que se convierte en una costumbre deja de ser sórdido.

—¿Qué deporte practicas?
—Ninguno, a Dios gracias. Muy de vez en cuando juego partidas de ajedrez con escritores amigos a los que siempre gano. Tal vez se dejan ganar, por delicadeza.

—¿Qué es lo que más miedo te da del sexo?
—Depende. En el sexo, si lo miras con cuidado, todo da miedo, pero se aprende, con la práctica, a tener valor.

—¿Cuál es tu película favorita?
—Muchísimas. De las últimas que he visto, El Club de la Pelea.

—¿Cuántas veces eres capaz de ver una película?
—Hay una de David Lynch que la he visto más de treinta veces.

—¿Cuál es tu actriz favorita?
—Hum, ¿Lily Taylor? No, posiblemente sea demasiado intensa para ser actriz favorita de nadie. ¿Lily Tomlin?

—¿Cuáles son tus aspiraciones materiales ahora que la plata te ha empezado a entrar en la caja?
—Absolutamente ninguna.

—¿En qué momento crees que habría que morirse?
—Nunca. O lo más tarde posible. Eso pensaba antes. Ahora creo que antes de que se te muera un hijo.
—¿Cuál es tu máximo nivel de expansión amorosa?
—No sé a qué te refieres. Si estás hablando de lo que yo creo, bueno, hay límites que imponen la edad, el azar, incluso las estaciones del año o el esfuerzo laboral que en ese momento estés realizando. ¿Máximo nivel? Mira, no quiero presumir.

—¿Hubo negociación para tu segundo hijo?
—En absoluto. Fue una sorpresa que a punto estuvo de convertirse en un ataque de nervios.

—Es una niña. ¿Qué novela le tienes preparada?
—Cuando ella sepa leer le compraré las obras completas de Jane Austen, y de este siglo las obras completas de Maguerite Duras. Aunque probablemente se lo pasará mucho mejor leyendo a Lewis Carroll. O los cuentos de Grace Paley, que es una magnífica escritora. Pretender que mi hija leyera algo mío me parecería de una soberbia de pésimo gusto.

—¿Te gustan las guaguas?
—No mucho. Los bebés suelen evocarme imágenes melancólicas. El niño o la niña en su cuna y toda esa gente mayor haciéndole gracias, gestos infernales, un pésimo recibimiento a este planeta. Los bebés suelen llorar y uno no sabe, en la mayoría de los casos, qué hacer, si llorar con ellos o preguntarse qué es lo que ellos saben y que nosotros hemos olvidado. Los bebés son como un lenguaje olvidado.

—¿Cómo te estás preparando para abordar la adolescencia de tu hijo mayor?
—Con resignación cristiana. Dispuesto a recibir todos los escupitajos que él quiera o tenga a bien lanzarme y que yo sin duda me merezco. Edipo crece y tiene que matar a su padre y eso es la libertad, una libertad terrible, llena de sobresaltos y de arrepentimientos, pero sin la cual no se puede vivir. Los desafíos y también los problemas pertenecerán a Lautaro Bolaño y no a Roberto Bolaño. Qué alivio, ¿no?

—¿Podrías estar un año entero sin escribir?
—No, pero nunca se puede decir de esta agua no beberé. Quién sabe. Ésa es una respuesta más justa. Escribir, por otra parte, no es lo más importante; lo más importante es leer, y yo no podría pasarme un año sin leer nada.

—¿Y podrías escribir sobre gente que nunca has visto ni conocido?
—Uno siempre escribe sobre gente que no conoce. O al menos cuando empieza a escribir, digamos en el proceso mental de la escritura, uno no conoce a esa gente. Al terminar el libro, la cosa es distinta. A veces uno acaba por conocer a sus personajes, o al menos uno acaba por conocerlos un poquito más que al principio.

Revista Paula. Santiago. Enero de 2001.

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